Nunca me gustaron los mapas. Quizás porque no los entiendo bien. Si, hablo en presente porque sigo sin entenderlos. Si le das a un niño pequeño un mapa, ¿qué es lo que puede ver? Manchas de colores, lineas punteadas, nombres escritos y demás elementos pictográficos. Creo que ese es también mi caso... Me refiero a que nunca me sedujo demasiado la idea de ver en un mapa la indescriptible belleza del mundo. Lo considero un reduccionismo tan burdo y sencillo, como útil y práctico.
Pero déjenme soñar un poco. Me pregunto sobre la primera persona que dibujó un mapa. Y pienso que hay muchas versiones sobre que era una utilidad para los comerciantes de la época, quienes se aventuraban a nuevos desafíos, atravesando obstáculos que nunca antes habían enfrentado, y todo el cuento que ya conocemos vastamente. Prefiero, en cambio, pensar que esa persona que diseñó el primer mapa, pertenecía a un selecto grupo, y quiero incluirme en él, de gente que no sabe dibujar. Parece una enorme contradicción, ¿no? Que alguien con el inmenso poder de observación como para reflejar en un dibujo miles de detalles del mundo, encontrara en una representación tan simple la guía necesaria para adentrarse en nuevos e inexplorados territorios.
A veces la simplicidad con la que pensamos al mundo a fines de nuestro siempre vigente pragmatismo, es la razón que hace que perdamos de vista lo real. ¿Un manchón celeste irregular para hablar del mar? Si alguna vez te sentaste a orillas del mar a contemplarlo, seguramente te sorprendió su inmensidad, su fuerza, la potencia de sus olas, lo vasto de su extensión, la belleza de su movimiento y la ferocidad de sus bramidos. Y sin embargo, nos conformamos con que en el mapa sea un poco de tinta azul desparramada.
Los mapas, además, dibujan con una claridad sorprendente los límites. Limites tan arbitrarios que parece un insulto darles tanta vida en el mapa. El viento soplando, el agua lavando y el mundo rodando, me hacen pensar que hay mucho de atrevimiento en hacer estático algo tan dinámico. En realidad, hay unos pocos límites que la naturaleza nos dió, el resto son invento del hombre y la cultura, en un intento descarado de dividirnos. Otra vez me atrapan pensamientos de ese incomprendible reduccionismo...
La última vez que miraste un mapa... ¿Buscabás el camino hacia algún lugar desconocido? ¿O querías encontrar alternativas para ir por otro lado hacia destinos que ya conocías? ¿Te nombraron un lugar que ni siquiera imaginabas que existía y fuiste a ver por donde se ubicaba?
Caminos. Machado nos deleita: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar". Y en la belleza de lo que expresa, hay tanta verdad como inteligencia.
Si es cierto que los caminos los vamos creando, entonces ¿Qué es lo que miramos en el mapa? ¿Los caminos de los demás? ¿Caminos que haremos propios o que nunca van a serlo?
Si, definitivamente, los mapas nos sirven. Nos guían, pero a veces hay que salirse del mapa... caminar por lugares que parezcan peligrosos, caminar nuestro propio camino. Claro, sin olvidarnos de las referencias que nos ayudan y, a veces, hasta salvan nuestras vidas, pero esas seguridades quizás nos dejen atados a un camino aburrido y que no tenga nada nuevo que aportarnos. ¡A tener cuidado! Hay que ir atentos a las señales, a las del mapa y a las de la vida, pero no apegarse tanto a la tranquilidad de los senderos ya transitados. Si lo importante es llegar a ese destino, que no te digan por donde ir. Creá vos ese mundo de posibilidades. Pie detrás de pie, eso si, un paso a la vez.
Y si no, pensá en los mapas de los tesoros. Todos tienen una equis roja donde está enterrado el tesoro. Pero si buscas una simple equis roja, seguramente te vas a olvidar lo que andabas buscando, y peor aún, te vas a preguntar que hacés buscando una marquita roja cuando deberías andar desenterrando tesoros. Te vas a desmotivar un poco, y en el peor de los casos, no vas a encontrar nunca el verdadero tesoro. Quizás el mapa tenga buenas cosas que darte mientras andás el camino, pero ojo, que las cosas se pueden poner un poco borrosas, acordate que buscás... ¡Y a no perder el tesoro de vista!